Cartagena Festival de Música 2023: El Canto de la Tierra
El Cartagena Festival de Música, que tendrá lugar entre el 5 y el 13 de enero, estará enfocado en los compositores más destacados del nacionalismo del siglo XIX.
Según el general francés Charles de Gaulle, “patriotismo es poner primero el amor por la patria, y nacionalismo, poner primero el odio por los demás”. El contexto es claro: De Gaulle dirigió la resistencia francesa contra el nazismo alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Pero para la música, al igual que para las demás artes, nacionalismo es orgullo por la tierra, amor por el país de origen y deseo de construir identidad sobre una tradición. En 2023, el Cartagena Festival de Música, que tendrá lugar entre el 5 y el 13 de enero, estará dedicado a ese orgullo, ese amor y ese deseo.
Más de veinte conciertos que exploran la obra de Piotr Ilich Tchaikovski, Modest Mússorgski, Antonin Dvorak, Bedrich Smetana, Leos Janececk, Béla Bartók, Frédéric Chopin, Franz Liszt, Adolfo Mejía y Antonio María Valencia, abrirán la puerta a uno de los movimientos estéticos más importantes del siglo XIX.
La patria de Smetana
Dos flautas traversas juguetean entre bordados melódicos. La primera es un manantial helado, la segunda uno caliente. Se unen, se separan y se unen de nuevo. Recorren bosques, pastizales, caseríos. En ritmo de polka atraviesan una boda campesina y se envuelven en el sonido etéreo de las cuerdas para danzar con las náyades a la luz de la luna, ninfas de agua dulce que habitan los riachuelos. Crecen con platillos y timbales, rodean castillos en ruinas y se ensanchan en los rápidos de San Juan. Recorren Praga y, con un final apoteósico que insiste entre tónica y dominante, se funden en el río Elba.
Es un poema sinfónico de trece minutos, compuesto por el checo Bedrich Smetana en 1874 y estrenado bajo la batuta de Adolf Cech en 1875. Vltava, The Moldau, Die Moldau. El Moldava. Es una oda a la naturaleza, a la patria, a los ríos de Bohemia.
Una expresión directa y sin eufemismos del nacionalismo del siglo XIX. El Moldava es el segundo número de un ciclo de seis piezas llamado Má vlast—en español, Mi país—, al que también pertenecen Vysehrad, inspirada en el castillo que sirvió de corte a los reyes checos; Sárka, dedicado a la guerrera amazona protagonista de una antigua leyenda; Z ceskych luhu a háju, un elogio a los paisajes de Bohemia; Tabor, usado en las emisoras de radio para subir el ánimo de las tropas husitas, y Blaník, una enorme montaña en cuyo centro duerme un ejército de caballeros que salvarán al país iluminados por san Venceslao.
La escritura del ciclo avanzaba casi al tiempo —y a pesar— de la sordera de Smetana. Años atrás se había contagiado de sífilis y debido a la falta de tratamientos para la época la enfermedad había avanzado lo suficiente como para causarle pérdidas auditivas, amnesias temporales y problemas en el habla. El daño cerebral era irreversible y a Smetana solo le quedaba la música. Má vlast estuvo listo en 1879, cinco años antes de la muerte del compositor.
Nacionalismo universal
La música es el equilibrio perfecto entre contradicciones: sonido y silencio, rápido y lento, piano y forte, rítmico y cantable. Pero, quizá, una de las más inexplicables es esa que la hace nacional y universal al mismo tiempo. Volviendo a El Moldava, es nacionalista porque narra un lugar específico que construye identidad en un grupo de personas específicas —los nacidos en Bohemia—, y es universalista porque se ha convertido en una obra insigne del repertorio sinfónico programático: se toca, se estudia y se escucha en todo el mundo.
El nacionalismo, entonces, es la búsqueda de una identidad cultural propia a través de elementos folclóricos como ritmos, instrumentos, formatos o temáticas. Cada compositor intenta conseguirla construyendo diversas relaciones alrededor del folclor: transcribiéndolo y apelando a la literalidad como hizo Béla Bartók; convirtiéndolo en un lenguaje que aprende e interioriza, como J. S. Bach; asimilando desde la sensorialidad y el instinto, como Heitor Villalobos, o urbanizando músicas campesinas como Ígor Stravinsky.
Independientemente de cuál sea el camino, el nacionalista busca hacer de su música un reflejo de las tendencias sociales y políticas del momento. Si bien no es una memoria histórica de la humanidad, es una muestra de identidad local traducida a un idioma universal capaz de conmover por fuera de su territorio.
Un eslavo que no sabía alemán
A mediados del siglo XIX, Jean Jacques Rousseau planteó que el poder que debe regir a una sociedad es la voluntad general que busca el bien común. Esa fue la primera semilla de lo que más tarde llevó a que checos y eslovacos tomaran conciencia de su identidad y se sublevaran ante Alemania.
Para entonces, Antonin Dvorak tenía siete años y vivía con su padre a unos pocos kilómetros de Praga. Muy niño aún para tomar partido junto a los nuevos pensadores nacionalistas, fue enviado a aprender alemán en una ciudad vecina. Las clases fracasaron: el alumno era lento, perezoso y sin mucho talento para los idiomas. El maestro, frustrado, decidió cancelar las lecciones de alemán y cambiarlas por clases de música.
Años más tarde, Dvorak fue admitido en la escuela de órgano de la ciudad y comenzó su carrera de músico. En 1878 ya era un compositor consagrado y admirado por sus contemporáneos, los nacionalistas Leos Janecek y Johannes Brahms. Este último lo presentó con Fritz Simrock, su editor, y de esa relación salieron las Danzas eslavas Op. 46 y Op. 72, dieciséis piezas escritas a partir de ritmos eslavos populares. Mazurcas, polonesas, polkas, dumkas, kolos y otros menos conocidos, que en principio fueron propuestos como piezas para piano a cuatro manos y luego, por sugerencia del editor, como obras orquestales.
Nacionalismo latinoamericano
El desarrollo de la música latinoamericana está marcado por la colonización europea y la llegada de los esclavos africanos. A las músicas indígenas se sumaron los ritmos negros y los bailes de salón provenientes de Europa. Así, en Colombia, el vals dio origen al torbellino; en Cuba, la polka a la habanera, o en Argentina, la habanera al tango. De esta manera, el desarrollo de la música nacionalista no estuvo mediado entre la música popular y la música académica, sino entre la música tradicional y la música europea.
Las posibilidades eran dos: quedarse en el folclor puro o tomar solo la esencia y combinarlo con formas de modelos europeos. El segundo caso fue el más común y, quizá, el más criticado durante el siglo XX. Los compositores recientes acusan al nacionalista del siglo XIX de intentar convertir la música folclórica en música de concierto, sin respetar completamente la identidad de sus elementos. Es decir, de desdibujar la esencia.
Desde 1920, el nacionalismo latinoamericano ha entrado en una especie de revisión que parte de la profesionalización de las músicas tradicionales para que al construir sobre ellas sean lo suficientemente sólidas. Es decir, la meta es convertir la esencia en fondo y la música de concierto en forma. El fondo es el joropo, la forma es la sonata. Nunca al revés. Este ha sido el gran aporte de compositores como Silvestre Revueltas en México, Alberto Ginastera en Argentina, o en el caso colombiano, Antonio María Valencia y Adolfo Mejía, presentes en el Cartagena Festival de Música 2023.
El de la radio
Adolfo Mejía Navarro nació en Sincé, municipio de Sucre, y llegó a vivir a Cartagena cuando tenía 11 años edad. La ciudad se convirtió en su casa, le dio amigos, una familia, una carrera y un motivo de inspiración. Para la muestra un bolero: “Cartagena, brazo de agarena, canto de sirena que se hizo ciudad”.
En 1930, un par de semanas después de casarse con Rosa Franco, Mejía viajó a Nueva York y conformó un trío con Teriq Tucci y Antonio Francés para trabajar como músico en las emisoras de radio. Cuando volvió a Colombia entró a estudiar en el Conservatorio de la Universidad Nacional de Bogotá y su música se caracterizó por lograr un equilibrio entre lo popular, lo tradicional y lo académico. Sin embargo, no abandonó la radio y se vinculó como músico a Ecos del Tequendama, la primera emisora nacional del país.
En 1938, estando aún allí, compuso Pequeña Suite, una obra nacionalista de tres movimientos basados en esquemas rítmicos y melódicos de la música tradicional colombiana. El primero es un bambuco; el segundo, un torbellino que se convierte en marcha, y el tercero, una cumbia que parafrasea la melodía de una copla popular: “Sapo, ese hijo es tuyo y en la cara se parece a ti”. Con esta obra obtuvo el Premio Nacional de Composición Ezequiel Bernal y una beca para estudiar en Francia.
Cinco conciertos imperdibles del Cartagena Festival de Música
1. La música de cámara de Adolfo Mejía y Antonio María Valencia
Obras de compositores nacionalistas colombianos interpretadas por el Bogotá Piano Trío: violín, piano y violonchelo.
Fecha: jueves 12 de enero / 11:00 a. m.
Lugar: Palacio de la Proclamación
2. Cuadros de una exposición. Una nueva forma de pensar la música.
Una de las obras programáticas más importantes de la historia, Cuadros de una exposición, interpretada por el pianista Dmitry Shishkin. Esta presentación forma parte de la Serie de Oro de Davivienda.
Fecha: sábado 7 de enero / 11:00 a. m.
Lugar: Capilla del Hotel Sofitel Santa Clara
3. La afirmación de tendencias musicales entre lo nacional y lo universal
La Orquesta de Cámara de Praga interpreta obras de Mussorgsky, Stravinsky y Scriabin.
Fecha: sábado 7 de enero / 7:00 p. m.
Lugar: Teatro Adolfo Mejía
4. Interpretar la tradición de manera original
La pianista colombiana Teresa Gómez interpreta obras de compositores también colombianos: Mejía, Rangel, Calvo, Yepes y Arbeláez.
Fecha: jueves 13 de enero / 4:00 p. m.
Lugar: Palacio de la Proclamación
5. De lo popular a la modernidad
Música tradicional búlgara interpretada por el cuarteto de voces femeninas Eva Quartet, que se une a la Serie de Oro Davivienda en 2023.
Fecha: sábado 9 de enero / 7:00 p. m.
Lugar: Capilla del Hotel Sofitel Santa Clara.
Fuente: https://revistadiners.com.co